Las personas vivimos gracias a las emociones. Necesitamos de emociones para darle valor al día a día; a lo triste y penoso de vivir con problemas y obligaciones desde que tenemos uso de razón hasta que lo perdemos entrando en la demencia senil.
El problema radica en el exceso.
Desde chicos nuestros padres nos enseñaron (o intentaron hacerlo) que los excesos son malos. Ese discurso se solía dar mientras repetían el segundo plato de fideos con albóndigas, para maridarlo con los litros de vino tino y un delicado budín de pan de cuarto kilo.

... a ellos sí que no los entiendo.
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